1. Como zombies en la niebla
Mientras Inés observaba el cuerpo inerte de Carlos, su mente empezó a viajar al pasado. Así, tumbado en la cama de la habitación del hospital durmiendo un sueño profundo provocado por los sedantes, le volvía a parecer el chico dulce, alegre e inofensivo que conoció años atrás cuando comenzaron a salir juntos.
De repente se sintió culpable.
Culpable por haberle dejado de quererle hacía tanto y por no haber sido lo suficientemente valiente para habérselo dicho a tiempo. La tristeza se apoderó de todo lo que le rodeaba como si fuera niebla. Se preguntaba avergonzada si era un mala persona, si era tan egoísta como ahora mismo se sentía. Comenzó a llorar en silencio, las lágrimas caían imparables sin producir ningún ruido ni sollozo.
¿Cuándo había dejado de quererle? No recordaba el momento exacto, pero sí que había pasado de repente. De un día para otro le empezó a parecer una persona diferente. Como era y todo lo que hacía le empezó a dar un asco insoportable: Su desorden, los ronquidos en la cama, los gruñidos que hacía justo cuando estaba a punto de correrse. Todos esos detalles que había aceptado como parte de él, le empezaron a hacerse inaguantables. Aun así, nunca fue sincera con él. Siguieron durante meses, combatiendo el asco que sentía por él con una frialdad gélida y evidente. A pesar de todo era obvio que, aunque ella nunca lo mencionó, Carlos sabía también que algo iba mal. Él tampoco nunca le dijo nada, se limitaba a mirarle con esos ojos suyos de animalillo perdido. Esa mirada que le había cautivado tanto al principio de estar juntos y que con el asco que sentía solo le provocaba unas tremendas e inexplicables ganas de soltarle una buena hostia.
Se secó las lágrimas con papel higiénico del váter de la habitación y bajó a la entrada del hospital a fumarse un pitillo. Le sorprendió darse cuenta de que estaba amaneciendo, no recordaba el tiempo que había pasado en la habitación. La bajada de la temperatura de las primeras horas de la mañana y la humedad habían traído niebla que lo cubría todo y le hizo pensar en películas de zombies. Al otro lado de la puerta un tipo en pijama del hospital que tiritaba, fumaba con una mano mientras con la otra se apoyaba en el gotero. Lo miró y pensó en preguntarle algo, pero se limitó a saludarle moviendo la cabeza ligeramente. El paciente le devolvió el gesto, y ambos se quedaron fumando, compartiendo un momento mirando a la niebla, de la que aparecían siluetas de la nada.